30 de marzo de 2010


¿Por qué cuando todo parece ir bien aparece otra vez? ¿Por qué vuelve a decirle lo que menos quiere escuchar? Todo iba bien sin él. Todo iba como la seda. Pero de pronto vuelve y pone patas arriba todo otra vez. Tanto tiempo intentando olvidar y, en dos segundos, todo el esfuerzo desaparece. Y allí estaba ella. Diciéndole que no, pero en realidad se lo decía a sí misma.
“No, ya no le quieres”.
Llevaba repitiéndose esa frase desde ayer por la noche con la esperanza de que al final lo sintiese de verdad. Se repetía una y otra vez las razones por las cuales no podía quererle. Pero no sirvió para nada. Su corazón latía a mil por hora cada vez que recordaba su sonrisa. Y otra vez volvía a mentirse para intentar frenarlo.
Y, ahora, bajo aquella lluvia no podía hacer otra cosa que pensar en la calidez de sus abrazos.
— Aaarg! ¡Te echo de menos!¡Sí!¿y qué? No es que eso vaya a cambiar nada — Se tapó la cara para que nadie la viese llorar, aunque tampoco importarse mucho, puesto que las gotas de lluvia y las lágrima corrían a la par por su cara sin que nadie pudiese distinguir cual era cual.
La chica se dirigió a un lugar solitario del parque. Iba a faltar a clase, pero por una vez no iba a pasar nada, sus notas eran bastante buenas para permitirse ese lujo.
Se sentó en la hierba mojada, recostándose en el árbol que tenía detrás. Estaba empapada, así que ya le daba igual mojarse un poco más o seguir debajo de la lluvia por unas cuantas horas más.
Cuando llegase a casa tendría que explicarle a su tío por que estaba empapada, pero eso ahora no le importaba mucho, ya se le ocurriría una excusa más tarde.
Empezó a pensar en todas las cosas buenas que habían pasado mientras estaban juntos. Las horas perdidas en la playa, contemplando el mar, abrazados, sin decir nada. Las largas horas al teléfono. Los días de cine. Las escapadas nocturnas.
No pudo contenerlo más. Se levantó con furia y comenzó a golpear lo primero que vio, el árbol.
— ¡Eh! Que los árboles también tienen sentimientos— dijo una voz detrás de ella,
Se giro para ver quien osaba interrumpir su momento de deshago. Frente a ella estaba un chico rubio, de ojos verdes, con un pastor alemán. Al igual que ella, estaba empapado, pero tampoco parecía importarle mucho.
— Si tú lo dices…—respondió sentándose de nuevo.
— Sep. ¿Qué te ha hecho él para que le pegues así? Si ha intentado abusar de ti, podemos llamar a una empresa maderera para que lo talen, no te preocupes. —dijo con una sonrisa.
—No. Él no ha hecho nada.
—Menos mal. Si no se las tendría que ver conmigo y con unos cuantos hombres con sierras.
El chico con sus tonterías consiguió sacarle una leve sonrisa a Sammy.
— Me llamo Tanner —dijo tendiéndole la mano.
— Samantha.
— Y, ¿Qué haces en la calle en un día como este y así de mojada?
— No sé, la verdad. Debería estar en clase. ¿Y tú?
El chico señalo al perro con un movimiento de la cabeza.
  ¿Cómo se llama?
— Gary. Sí, antes de que lo digas, como el caracol de Bob Esponja. Soy su fan número uno —dijo alborotándose el pelo.
— A mi también me gusta.
— ¿En serio? No lo dirás solo por ser amable, ¿no?
— No
Se quedaron un rato en silencio, cada uno mirando a un lado. La lluvia seguía cayendo y mojándoles cada vez más.
— Venga, te invito a un café —dijo por fin él.
— ¿De verdad crees que nos dejaran entrar en una cafetería así de mojados?
El chico se evaluó de arriba abajo, la miró a ella y, por último, al perro.
— No, la verdad es que no. Vamos a mi casa, que allí nadie dirá nada.
Ella le miró escéptica. Últimamente todos los extraños la invitaban a algun sitio. Primero el rapero ese, y ahora este. Él viendo su expresión se apresuró a añadir.
— No me voy a aprovechar de ti, no te preocupes. Te diría que soy gay, pero ese sería mentir demasiado.
— Vale. Vamos —dijo poniéndose en pie, y despegando la ropa mojada de su cuerpo.
— Creo que tendré que dejarte ropa.

27 de marzo de 2010



Frío. Lluvia. Viento. Nubes. Otro día más. Otra mañana más. Otro despertar a solas. Otra maraña de recuerdos.
Solo. O, más bien, acompañado.
— ¡Gary! —Llamó con voz somnolienta.
A los pocos segundos un pastor alemán apareció por la puerta y, de un salto, se subió encima de la cama.
— ¡¿Qué pasa pequeño?!— dijo un poco más animado, jugaba con el perro— es hora de levantarse, ¿no crees? Es hora de buscar trabajo, y deshacerse de esta porquería.
El chico se levantó de la cama, revolviendo su cabello rubio. Tan solo llevaba unos calzoncillos de Bob Esponja puestos y, en cuanto puso un pie fuera de la cama, y fuera del edredón, comenzó a notar el frío que hacia.
Salio corriendo descalzo hacia el baño para entrar cuanto antes a la ducha y empaparse en agua hirviendo.
Tras una larga ducha, y vestido tan solo con una bata, se sentó frente a la barra de la cocina mientras hojeaba un periódico.
Café. Debería comprar más antes de quedarse sin reservas.
Echó una hojeada rápida por el minúsculo apartamento. Ropa tirada por el suelo. La cama deshecha, aunque eso no lo tenía muy en cuenta, puesto que acababa de despertarse. Un sofá viejo no muy lejos de la cama. Enfrente una mesa de café negra llena de botellas de cerveza, fruto de la fiesta de la noche pasada. Una tele. Una cocina en la que solo caben dos personas apretujadas.
No era gran cosa, pero no podía permitirse mucho más.
Hacia unos meses había ganado una buena cantidad de dinero, y se lo había gastado a lo loco en fiestas. Aunque también hizo una buena inversión, se compró el pequeño loft. No tenía hipoteca, lo había pagado al contado, por lo que solo tenía que preocuparse del gasto de las necesidades básicas.
Pero aún así necesitaba dinero. Su padre se estaba hartando de prestarle dinero.

“–Tan solo piensas en fiesta y más fiesta. O te buscas trabajo o no volverás a ver un duro proveniente de mi bolsillo.”

De pronto su móvil comenzó a vibrar. Salió corriendo para cogerlo antes de que colgasen.
— ¿Hellou? —dijo aun con un deje de cansancio en la voz.
— Tanner, tengo una buena noticia — dijo una voz femenina al otro lado.
— Soy todo oídos.
— Esta noche, fiesta en casa de Halley. Alcohol. Rock. Y mucha gente. Te va a encantar.
— Ni lo dudes. Pero no creo que pueda ir…
— ¿Por qué?
— Ya sabes. No Money, no party.
— ¿volviste a hablar con tu pa’?
— Yep. Y esta vez va en serio. Me tengo que poner las pilas y buscar curro.
— Te deseo suerte. Bueno, me tengo que ir. Si cambias de opinión, ya sabes donde es la party.
— Ok.
Tras colgar lanzó el teléfono encima de la cama y decidió ponerse a arreglar la casa. Si debía volverse una persona responsable, debería hacerlo desde lo más fácil.
— Gary, es hora de quitar el polvo.

2 de marzo de 2010



Él la agarró del brazo para impedir que se marchara, y la obligó a girarse y, así, quedar cara a cara.
— ¿Por qué me hablas así?
— Ya sabes porque —dijo ella, intentando desasirse de su mano—. Ahora, si te importa, me tengo que ir.
— No. Vente conmigo a tomar algo.
— Troy, es tarde. Suéltame.
— Por favor. Solo un rato. Te prometo que a las 10 ya estarás en casa.
Samantha miró su reloj para comprobar que hora era. 9:00
— Esta bien…
Ambos se dirigieron al descapotable rojo, que estaba aparcado en la esquina. El chico lo miraba con orgullo, como si de un trofeo se tratase.
— ¿Te gusta? Me lo regaló mi padre el mes pasado, cuando aprobé el examen de la carrera.
—No esta mal, pero ya sabes que yo prefiero los coches más…sencillos —dijo encogiéndose de hombros.
Ambos se subieron al coche, y Troy aceleró en dirección al bar donde solían ir antes, cuando aún estaban juntos. Era un lugar tranquilo, alejado del centro.
Lo descubrieron un día por casualidad, cuando volvían de un día en el campo. Comenzó a llover y Troy no se manejaba muy bien con la lluvia aquel día. Estuvieron a punto de salirse de la carretera varias veces, cuando por fin vieron un pequeño local, y pararon a esperar a que amainase un poco la lluvia. Desde aquel momento, volvieron allí todos los fines de semana.

— Aquí estamos, princesa.
El chico salió del coche apresuradamente para abrirle la puerta a su acompañante, pero cuando llegó al otro lado del coche, ella había sido más rápida. Y sin decirle nada, se dirigió al interior del bar. Cuando entró al lugar, ella ya estaba sentada en la mesa. En SU mesa.
— Veo que te acuerdas de nuestro sitio — Dijo Troy sentándose frente a ella.
— Sí.
Pronto se les acercó una camarera. La misma que les tomaba nota hacia unos meses cuando iban a llí continuamente.
— Me alegro de veros otra vez, chicos —Saludo esta.
— Y yo, Marie —contestó Troy — Lo de siempre.
La mujer asintió con la cabeza, mientras apuntaba algo en una libretita y hazto seguido se daba la vuelta en dirección a la cocina.
— Y bueno, ¿Qué querias?
— Hablar. Solo eso.
Samantha le observó, intentando descubrir alguna intención más oculta. Pero no lo consiguió. Ahí estaba él. Sentado frente a ella, con una sonrisa que tiempo atrás la había conquistado. Por supuesto, no había cambiado. Seguía con ese estilo tan propio, combinando vaqueros rotos con una chaqueta de traje negra, y unas deportivas. El niñito de papá de ojos verdes que tanto había querido, pero que tanto daño la había hecho.
— ¿Por qué me miras así? —preguntó él, intentando descubrir los pensamientos de la chica.
—Solo estaba pensando…
—Bueno…cuéntame que es de tu vida. ¿Sigues en las clases de ballet? Supongo que en las de violín sí, teniendo en cuenta que te he salvado cerca de la escuela de música y por esa funda que llevas contigo.
— Sí, sigo con las clases. Y con las de ballet.
— Me alegro. Ya sabes que siempre me encantó como bailabas, y esa flexibilidad tuya.
Ella le miró con furia. Estuvo tentada a irse, pero en ese momento le pusieron un plato de tortitas con nata delante, y decidió concentrarse en él.
— Y… ¿Qué tal de chicos?—volvió a preguntar él.
— Bien. Ninguno que me revolotee alrededor, así que bien. ¿Tú?
— Nada. Ya sabes. Rollos de una noche…
— Me alegro.
— ¿Pero en serio que no hay nada? —insistió el chico.
Samantha dejó despacio el tenedor en el plato, y dirigió seriamente su mirada hacia él.
— ¿Qué quieres?
— Que volvamos. Te echo de menos.
— ¿¡Que me echas de menos!?—dijo ella alzando levemente una ceja— deja que me ria un rato.
— ¿Por qué?
— ¿Cómo que por qué? Creo que lo sabes perfectamente…
— Lo hice sin querer, ya lo sabes.
— Que te enrolles sin querer una vez con otra tía mientras estas saliendo conmigo, es algo que no soporto, pero alo mejor te perdonaba. Pero que te enrollases más de cinco veces con la misma en menos de un mes, es muy fuerte. Y por supuesto que no te perdono.
— Pero, lo hice sin pensar.
— Pues así aprenderás a pensar la próxima vez.
— Pero te echo de menos.
— Yo no —mintió ella—. ¿Te importaría acercarme ya a casa? —dijo poniéndose en pie.