10 de enero de 2010




Y así fueron pasando los años. Cartas nunca respondidas, olvidadas en algún rincón de Rusia, o puede que en cualquier otro lugar del mundo.
   Samantha creció educada por su tío Tom, hermano de Martha, del cual aprendió muchas cosas, entre ellas amar a todo ser vivo.

— Sammy, creo que va siendo hora de que empieces a divertirte un poco ¿no crees?
— No, estoy a gusto con mi vida…y no creo que necesite nada más — dijo la chica entre jadeos.
Dos figuras, vestidas con tutús, y en posturas no precisamente cómodas, estiraban en una barra.
—Si, claro. Lunes, ballet. Martes, violín. Miércoles ballet. Jueves, violín. Viernes las  dos cosas…y…los fines de semana estudiar y practicar — dijo Amber sofocada por el esfuerzo— En serio, necesitas salir.
—No, gracias.
Las dos se pusieron en pie y comenzaron a practicar el baile, antes de que Audrey  su profesora de ballet, llegara.


   Cuando las clases terminaron ya había caído la noche y, fuera hacía un frío invernal, ya que faltaba menos de una semana para que comenzase el invierno.
Las chicas se subieron la cremallera del abrigo hasta arriba y se agarraron para ver si así conseguían entrar en calor.
—Mark va a venir a buscarme…si quieres le puedo decir que te acerque a casa—dijo Amber encogiéndose de hombros.
— ¿Y pasarme todo el camino escuchando ñoñerias de los dos tortolitos? No, gracias — Y tocándose el vientre añadió—. Además, tengo que adelgazar un poco antes de que empiecen las comilonas de navidad, que si no…
— ¡Pero si estás genial! No digas tonterías…
Samantha se encogió de hombres, y antes de marcharse le dio un beso en la mejilla a su amiga.
— ¡Y no te olvides que hay algo más aparte del arte!—gritó Amber antes de desaparecer tras la esquina.

   El frío viento movía ligeramente el cabello rojizo de Samantha. Las calles estaban tranquilas a aquellas horas, hacia tiempo que los establecimientos habían cerrado, y con aquellas temperaturas no había quien aguantase mucho rato fuera.
   Los coches pasaban tranquilamente por la calle dejando, a veces, a Samantha cegada por sus faros.
   Le gustaba estar sola, eso estaba claro. Nadie merodeando por su alrededor; nadie al que tuviese que estar complaciendo todo el rato; poder ir a sus anchas sin depender de nadie. Pero de vez en cuando echaba de menos a alguien a quien abrazar. Pero bueno, para eso estaba Buddy, aunque ya estaba bastante viejo, y Samantha sabía que no aguantaría mucho más.
   Buddy. Su mejor amigo. Siempre a su lado; nunca la había fallado en nada. Aún recordaba como jugaban al escondite de pequeños, y que cuando ella le encontraba el se ponía a ladrar y ponía sus dos patoncias sobre sus hombros. Incluso cuando Amber o sus tíos la fallaban, él estaba ahí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario