27 de octubre de 2010



Habían pasado ya casi 3 meses desde que Tanner y ella habían empezado a salir. Todo iba sobre ruedas. Perfecto. Nunca pensó que hubiese podido ser tan feliz con alguien. Pero aquella noche, la víspera de su cumpleaños, no era la mejor.
Tanner le había dicho de ir a un local donde estaban organizando una fiesta unos amigos y , así de paso, celebrar su cumpleaños. Pero, la verdad, cuando se lo comentó no le había apetecido nada, por lo que le dijo que fuese él solo y que al día siguiente ya se verían.
Pero ahora, sentada delante del libro de matemáticas, lo que más la apetecía era estar en aquella fiesta, pasándoselo bien. Echó un vistazo al reloj de su mesilla. Tal vez, si se vistiese rápido, le daría tiempo a pasar por la pastelería y comprar un pequeño bollo y llevarlo a la fiesta para compartirlo con Tanner. Hojeó por última vez la lección y se vistió rápidamente con lo primero que encontró.


En otra parte de la ciudad.

Tal vez no hubiese sido buena idea haber salido aquella noche. Lo que más deseaba en aquellos momentos era estar sentado frente a la televisión echando una partida a la play con Sean. Pero aquellos plastas que tenía por amigos le habían acabado convenciendo para hacerlo. Además, a ello también influían las ganas de fumar y meterse algo. Llevaba casi una semana sin hacerlo, y las consecuencias empezaban a notarse.
Llegaron a la puerta del local de moda de esa temporada. Lo habían abierto no hacía más de un mes y ya no había quien entrase en ese antro nunca. Miraron la cola que había para entrar, y como había demasiada gente, decidieron adelantar un poco la fiesta.
Fitz les hizo un gesto con la cabeza y los cuatro se dirigieron al callejón de atrás del local. Allí se encontraban más personas, “adelantando” la fiesta como ellos. Se dirigieron al que parecía ser el que llevaba el “asunto” y, con movimientos casi imperceptibles, éste y Fitz intercambiaron algo.
— Ya lo tengo, tíos. Vamos a meternos algo.
Se alejaron del resto de la gente, situándose al final del callejón, escondidos bajo las sombras. Fitz se sacó una bolsa llena de polvos blancos y se la fueron pasando uno a uno.
En menos de una hora ya se encontraban dentro del local y, por lo que podían observar, se estaba celebrando una fiesta.
Varias chicas se les acercaron con la ilusión de poder bailar con ellos; algunas tuvieron suerte y otras no.
Nate se dirigió a la barra, necesitaba algo para beber, tenía la garganta seca.
— ¿Para quién es la fiesta?
— No sé. Pensé que era de cumpleaños, pero parace ser que la cumpleañera no ha venido, por lo que al final se ha quedado en una fiesta a secas.
— Vaya…no venir ni a tu propia fiesta. Penoso.
El camarero se encogió de hombros mientras le tendía la cerveza al chico de ojos azules.
Éste se puso a contemplar a su alrededor. Toda clase de personas de diferentes estilos llenaban el local.
— ¡Eh! ¿Ese no es…? —musitó el chico.
Dejó la cerveza en la barra y se dirigió hacía donde había reconocido a alguien.
Sentado en un sofá se encontraba un chico rubio dándose el lote con una morena.
El chico de ojos azules apartó de un empujón a la chica y cogió a su acompañante por el cuello de la camisa,
— ¡Eh, tío, estás loco! —gritó este al verse separado de la morena.
— ¿Yo soy el que está loco?
— ¿Nate? — preguntó el rubio abriendo grandemente los ojos — ¿Qué haces aquí?
— Pasar un buen rato, pero veo que tú ya te me has adelantado —contestó mientras le soltaba con un empujón — ¿Has perdido la cabeza?
— ¿Por qué?
— ¿Por qué? ¡Porque estás saliendo con Samantha, por eso! ¡No puedes estar liándote con otra! — gritó el chico.
— ¿Acaso ves a tu querida Samantha por aquí? —preguntó, también gritando, Tanner.
Ambos se distrajeron cuando un plato se rompió cerca de donde estaban ellos, y se giraron para observar que había pasado.
Detrás de Nate se encontraba Samantha, con las manos aún en el aire tras haber soltado el plato. Sus ojos estaban vidriosos.
— Sammy, yo no…—intentó disculparse Tanner, pero ésta ya se daba media vuelta para irse.

30 de septiembre de 2010





— ¡Eh!
— ¡Eh! —dijo cansinamente el moreno.
—Hace mucho que no hablamos.
— Ya…
— ¿Dónde has estado?
— Por ahí, ya sabes….
— Claro…—contestó la chica al otro lado del teléfono — Quiero verte.
— Pam, no creo que sea buena idea.
— ¿hay otra?
— ¿Pero que dices? Simplemente creo que deberíamos darnos algo de distancia…
— Hay otra.
— No. De todas formas, te tendría que dar igual, tú y yo no somos nada.
El chico empezaba a irritarse. Odiaba aquellas situaciones, aquellas en que la otra persona se ponía insoportable preguntándole cosas que no eran de su incumbencia y dando por hecho otras. ¿Acaso no sabia que para dejar algo no tiene por que haber otra persona en medio? Y, de todas formas, ellos no tenían nada. Simplemente había sido un rollo de… unas semanas, nada más. Podía escuchar como la respiración de la chica al otro lado del teléfono se entrecortaba.
— Deja de llorar. Sabes que no lo soporto.
— Pues dime la verdad — dejó escapar un suspiro — El otro día una chica pelirroja entró en el bar a tomar algo con su amiga mientras yo estaba haciendo mi turno. Ambas empezaron a hablar de un chico. Y pude ver como se le iluminaba la cara.
— ¿Y…? ¿Qué me quieres decir con eso?
— Pues que casualmente la descripción detallada que dio, era exactamente como eres tú.
— Habrá miles de tíos como yo que conozcan a una pelirroja, eso…
— ¡No lo entiendes! No hay tíos como tú. Los habrá, pero no aquí. Da igual, vete con tu pelirroja.
— Pero que yo…— pero al otro lado el teléfono había sido colgado con un golpe sordo—…no tengo ninguna pelirroja.
Tiró el móvil encima de la cama y se acercó a la ventana.  Al estar el piso situado en la zona céntrica, lo único que había en la calle eran coches y gente volviendo a sus casas después de un duro día de trabajo.
Se quedó pensando en la conversación que había tenido con Pam. Odiaba que las cosas terminaran siempre de aquella manera. ¿Pero que le podía hacer él? No aguantaba mucho tiempo en relaciones, y de todas formas, todas las chicas sabían que no eran novios, así que no entendía los lloros que se traían estas cuando les decía que necesitaba espacio.
Pero había algo de la conversación que le había dejado pensando. ¿Quién era la pelirroja que estaba hablando de él? ¿Sería…? No, no podía ser. Hace unos días, Samantha y él no terminaban de congeniar y, por las miradas furibundas que ella le lanzaba, dudaba que hubiese sido ella a la que se le hubiese iluminado la cara cuando hablaban de él.
Cogió el móvil de nuevo y marcó un número.
— Hola…
— ¡Ey!
—…has llamado al móvil de Samantha, en estos momentos no puedo cogértelo, así que inténtalo más tarde o déjame un mensaje e intentare llamarte luego. Gracias.
Pudo imaginarse aquella sonrisa que ponía ella cuando intentaba ser amable con alguien pero no le salía. El pitido del contestador le interrumpió. Ya era demasiado tarde para colgar.
— ¡Eh! Soy yo, Nate. No sé muy bien porqué te he llamado, pero me imagino que estarás muy ocupada con tu querido violín. Así que…ya hablaremos, finolis.
Colgó, sintiéndose un poco imbécil por el mensaje que había dejado.
Nada más dejar el móvil encima de la encimera y dirigirse a la ducha, este comenzó a vibrar.
— ¿Si? —contestó el chico de ojos azules.
— ¡Eh, tío! Hace mucho que no sé nada de ti. ¿Te apuntas a una graaan juerga esta noche?
— ¿Dónde?
— Donde siempre, piltrafas. Habrá polvo…en los dos sentidos.
— Debutis. En un rato te veo.

29 de septiembre de 2010




Seis de la tarde. El sol estaba ya bastante bajo, dentro de poco empezaría a anochecer.
Fuera solo se escuchaba el grito de los niños que jugaban al balón después de un largo día de colegio. Dentro, las dulces notas de un violín llenaban el lugar, transmitiendo una sensación de paz y tranquilidad. Pronto, la dulce melodía fue interrumpida por unos golpes en la puerta.
A regañadientes, Samantha dejó el violín encima de la cama, y bajo descalza a abrir la puerta. Estaba dispuesta a cerrar la puerta casi nada más abrirla, así que más valía que quien quiera que fuese el que estuviese fuera se diese prisa.
Cuando abrió la puerta, se quedó petrificada en el lugar. Sus ojos estaban abiertos como platos, al igual que su boca, la cual tenía voluntad propia para mantenerse abierta y por más que la chica intentará cerrarla no podía.
Él. Él estaba allí fuera. Con un ramo de rosas rojas más grande que había visto nunca. Pero lo mejor de todo no era el ramo, sino el hecho de que el chico estaba vestido con traje y peinado con la raya a un lado, arrodillado en el suelo.
— ¿Quieres ser mi novia especial y cariñosa?
La chica se miró de arriba abajo. Si hubiese sabido lo que la esperaba a las puertas de su casa, lo más probable es que se hubiese arreglado un poco en vez de bajar en pijama y con un gran moño despeinado. Antes de que pudiese seguir pensando como hubiese bajado, el chico la interrumpió.
— Estás preciosa, no te preocupes. ¿Quieres?
— Yo… ¡Por supuesto!
Casi de un salto, el chico se puso de pie, dejando el ramo apoyado en el marco de la puerta, y la cogió por la cintura, dándola vueltas por el aire hasta marearse. Ambos cayeron al césped de la entrada de la casa, riéndose. Él la miró. Los últimos rayos del sol iluminaban sus ojos, dándoles una intensidad que la encandilaba. El chico la miraba con una gran sonrisa en los labios, y poco a poco fue acercándose a los suyos.
Fue un beso dulce y calido, como la brisa del verano al atardecer.
— Mi novia dulce y cariñosa, ¿quieres que salgamos a cenar a un sitio dulce y cariñoso?
— ¿Dulce y cariñoso? Pocos sitios hay así.
—Cualquier sitio en el que estés tú será así.
— ¡Oh! Entonces me parece bien.

2 de septiembre de 2010


Gol. Gente gritando. Alegría.
El chico de los ojos azules mira encandilado la pantalla. Por fin, después de más de sesenta minutos de partido, su equipo mete gol. Llevan una temporada bastante mala, pero si consiguen meter un gol más remontarían.
Detrás de él escucha ruidos en la habitación de Sean. Seguramente esa noche se hubiese llevado a alguien a casa. Escucha como la puerta se abre a sus espaldas y, sin despegar los ojos de la televisión, levanta la mano para saludar.
— ¿Ya estás con el futbol? Que raro…—dice Sean a sus espaldas con cierta ironía.
— Sí, tío, es que juega mi equipo. Ya sabes.
— Quiero presentarte a alguien.
— ¿Una amiguita tuya? ¿Qué pasa, no le gustó como la tratabas? Ya te he dicho que a veces eres un poco brusco con las damas —contesta, aún mirando a la pantalla.
Una chica carraspea a sus espaldas.
Esa voz le suena. Mejor dicho, ese carraspeo le suena.
Se gira lentamente, intuyendo a quien se va a encontrar. Parada al lado de Sean se encuentra ella. Lleva el pelo recogido en un moño informal, algo desecho, y lleva la ropa bastante arrugada. Le mira con una expresión extraña. No sabría decir si es sorpresa o disgusto por habérselo encontrado allí.
— ¿Ella? ¿Es con ella con la que has estado esta noche?
— ¿Celoso? —pregunta ella levantando las cejas.
— ¿Os conocéis o es solo mi impresión?
— Nos conocemos —contesta el chico de ojos claros.
— Bueno, me tengo que ir — dice Sean pasándose la mano por la cabeza — te acerca él a casa, ¿vale?
Hace ademán de darle un beso en la mejilla pero en el último momento se gira y sale por la puerta de la calle.
— ¿Qué haces aquí? ¿Te acostaste con él?
— No te incumbe.
— No, tienes razón. Pero nunca pensé que una chica aburrida como tú hiciese algo “malo”.
— ¿Aburrida como yo?
— Sí. Admítelo, no tienes mucha vida social, sino no te pasarías el día tocando el violín o bailando esa cosa.
— Ballet.
— ¡Ves!
— ¿ves, qué?
— Que hasta me corriges cuando no me sé el nombre bien. Si tuvieses vida social te daría igual como lo dijese y, desde luego, no estarías aquí.
— ¿y donde se supone que estaría según tú?
— Yo que sé. En casa del chico ese. Aunque me pregunto como llegaste aquí.
— No te importa— contesta ella poniéndose de espaldas.
— Por el olor que desprende tu ropa, diría que te emborrachaste. ¿Por qué?
— Me apetecía. No soy tan aburrida como tú piensas.
— ¿No? Demuéstralo.
— Vale. Vámonos.
— ¿Dónde? —Pregunta el chico sorprendido.
— ¡Sorpresa! —dice mientras se dirige hacia la puerta de la casa.




— Esto no es lo que tenía en mente, desde luego —dice Nate atándose una cuerda a la cintura.
Ambos están subidos a un gran puente. Debajo de ellos corre furioso un gran río. A su alrededor solo hay montañas y árboles. Por encima de ellos pasa, de vez encunado, algún pajarillo cantando alegremente. Detrás, un chico diciéndoles lo que tienen que hacer y que no les va a pasar nada. Por ese puente no pasan muchos coches, por lo que están más tranquilos que si la gente les estuviese mirando.
— No debí hacerte caso.
— Demasiado tarde, chiquitín —contesta la pelirroja con una gran sonrisa en los labios.
— ¿has hecho esto alguna vez?
— Nunca. Pero siempre tiene que haber una primera vez.
Ambos terminan de sujetarse bien los arneses. Y cuando el chico les dice que ya está todo bien tensado y listo, se preparan para el gran salto.
Nate se gira para contemplar la cara de la chica. Esta tiene una gran sonrisa en los labios, pero no de felicidad, sino más bien, de nerviosismo. Antes de que pueda decirla nada, ella avanza un poco y se deja caer.
— Esto es genial —grita la chica mientras se precipita al vacío.
Pronto la cuerda la da un tirón, cuando ya no puede seguir bajando. Ella grita de alegría, y no para de reírse a carcajadas. El pelo rojizo brilla intensamente con los rayos del sol.
— ¿Te tiras o no, pardillo? —grita desde abajo mientras aún sigue balanceándose ligeramente bocabajo.
Nate coge aire. Aún no estaba seguro de querer hacer aquello. Miles de dudas le asaltaron de prono la mente. Pero ella seguía allí abajo, riéndose de él.
Avanzo un poco, cerró los ojos y se dejó caer.
Una sensación de libertad le invadió durante los escasos segundos antes de precipitarse hacia abajo. La adrenalina le invadía completamente. Lo único que veía era como el suelo se iba acercando poco a poco, pero un tirón le recordó que estaba atado a una cuerda y que, esta vez, no tocaría el suelo. Giró la cabeza, buscando a la chica. Allí estaba ella, mirándole con una de las mejores sonrisas que no había visto nunca.
— Esto es genial. ¿Quién es ahora la aburrida, eh?
— Me has sorprendido.
Ella le dirigió una última sonrisa, antes de empezar a gritarle al chico que se encontraba arriba que podían subirles.

10 de agosto de 2010





10:30. Noche. Luces. Coches.
— Pena que no se puedan ver bien las estrellas —pensó en voz alta la chica mientras contemplaba el cielo iluminado por las farolas de la calle.
A su lado pasaban grupos de gente que se dirigían al centro de la ciudad a divertirse. No era una ciudad muy grande, pero tenía pubs elegantes, antros y todo tipo de lugares en los que pasar un buen rato. Ella, en cambio, prefería pasárselo bien en otros lugares, aunque tampoco hubiese estado mal haber ido algún día a un Pub con sus amigas. Ellas no la llamaban para ir a esos sitios, sabían que no le gustaba, aunque nunca había ido a uno.  Tal vez fuesen interesantes. No tenía por que estar muy mal, ¿no?
— Decidido, ¡voy! —dijo dando media vuelta.
En pocos minutos volvía a estar en el centro, de donde había salido una media hora antes. Buscó un lugar que tuviese buena pinta, y en el que pudiese haber gente normal tomando algo. Antes de entrar al local se miró de arriba abajo. Iba presentable. No iba como alguien que sale por la noche, pero tampoco estaba mal.
Entró al pequeño Pub y una espesa nube de humo la rodeo impidiéndola casi respirar. Se abrió paso entre la muchedumbre hacia la barra. Pronto un chico moreno la atendió, aunque no muy contento. Imaginaba que trabajar de noche no era lo mejor y, mucho menos en un sitio con tanto humo. Era malo para la salud.
— Me pones…una Fanta…
— ¿Una Fanta? Muñeca, aquí solo vendemos alcohol. Si quieres una Fanta vete al McDonalds —contestó el camarero con una mueca.
“¿Qué fue lo que tomé la última vez?” —pensó la chica.
— Ponme un Martini, entonces.
— Marchando.

Y sin darse cuenta, ahí estaba otra vez bebiendo como una tonta, emborrachándose. Solo que esta vez estaba ella sola. Pensó durante unos segundos que los que la estuvieran viendo pensarían que era penosa. Emborrachándose sola. Lo curioso era que la habían vendido la bebida sin pedirle el carnet ni nada. Alo mejor ya tenía cara de adulta. Aunque dudaba que en esos momentos tuviese una cara presentable.
— La próxima invito yo —dijo una voz a su lado —te vas a dejar todo el dinero aquí tú sola.
— Como quieras…—dijo ella sin mirar al desconocido.
La voz no le sonaba de nada y, de todas formas, le daba igual quien fuese. La iban a invitar a otra copa, el resto daba igual.
— ¿Qué es esto? —preguntó la pelirroja cogiendo el vaso.
— Un Manhattan. Te gustará.
Se bebió todo de un trago. La verdad, es que estaba bastante bueno eso que la había dado. ¿Cómo decía que se llamaba? Lo tendría en cuenta para la próxima vez que fuese algún sitio no pedirse solo Martini.
Poco a poco la cabeza le comenzó dar vueltas. Aunque no era una sensación de mareo, si no, algo mejor. Además sentía una gran euforia. El mundo era suyo en esos momentos, y se sentía con la capacidad de hacer cualquier cosa. Se dio la vuelta para verle la cara al extraño que le había dado aquella bebida. Era un chico más alto que ella, moreno. Era bastante atractivo.
— ¿Te he visto en algún sitio? — preguntó ella.
La cara de aquel chico la sonaba mucho de algo, pero ahora mismo no se acordaba, debía de ser a causa de la bebida.
— Puede ser. Me llamo Sean, ¿y tu, preciosa?
— Odio que me llamen preciosa —le lanzó una mirada amenazadora —. Me llamo Samantha. Pero me puedes llamar Sammy, todo el mundo me llama así.
— Vale. Sammy. ¿Quieres otro Manhattan?
— ¿Quieres emborracharme?
— No creo que haga falta que yo te emborrache — dijo con una sonrisa —. Solo quiero que nos divirtamos un poco, ¿Qué  dices?
— Pues digo que me pongas otro.


Los rayos de sol entraban a través del espacio entre las pesadas cortinas. Debía de ser ya medio día o más.
Samantha se desperezó. No se acordaba de nada de lo que pasó la noche anterior. Su último recuerdo fue el segundo vaso de Manhattan que se había tomado con el moreno.
Miró al lugar de donde venía la luz, aunque no le sonaba de nada que en su habitación hubiese esas cortinas. Contemplo el resto de la habitación. Desde luego, nunca había estado en ese sitio antes. Se dispuso a levantarse cuando se dio cuenta de que no llevaba nada de ropa.
— ¿Dónde estoy?
— ¿Ya te despertaste, princesa? —dijo una voz masculina proveniente de una puerta que se encontraba al final de la habitación.
— ¿Quién eres?
— ¿No te acuerdas? — preguntó la voz, mientras abría la puerta de lo que aparentaba ser el baño.
El chico de la noche anterior se la quedó mirando con una gran sonrisa, como esperando a que ella se lanzara a sus brazos. Tan solo llevaba puesta una toalla y, aún corrían gotas de agua por su torso bien esculpido. La bebida no la había engañado la noche anterior. Con su cabeza casi rapada, y sus grandes ojos oscuros, aquel chico era bastante atractivo. Aún así no terminaba de entender que hacia ella allí.
— ¿Por qué estoy aquí?
— Bebiste demasiado, me parece — dijo sentándose a su lado en la cama y mirándola con ternura—. Al cabo de unas bebidas te lanzaste a mis brazos. Y como no me dijiste donde vivías (y de todas formas casi ni me dejaste hablar), pues decidí traerte a mi casa.
— ¿Estoy sin ropa por que…?—preguntó ella horrorizada.
— Te lanzabas a mi cuello, y me fue imposible pararte…
— Entonces…tu y yo…
— Al final conseguí pararte, tranquila. Aunque eso no te impidió quitarte la ropa…—dijo con una carcajada.
— Pero no…no…lo…
— No, tranquila.
— ¿tanto bebí ayer?
— Me parece que sí. No estás acostumbrada, ¿no?
Ella negó con la cabeza. Él la puso un mechón de pelo que tenía en la cara tras la oreja y se dirigió al baño para cambiarse y darle un poco de intimidad a la chica.
Se visitó rápidamente. Hubiese deseado tener otra ropa en esos momentos, ya que esa olía bastante a alcohol y no podía llegar así a su casa.
Fuera de la habitación se escuchaba bastante ruido, como si alguien estuviese viendo un partido de futbol a todo volumen.
Abrió un poco la puerta de la habitación, lo suficiente para ver pero que no la viesen, y se asomó.
 Un chico estaba sentado en el sofá y, en efecto, estaba viendo un partido de futbol. Pero no pudo verle la cara al chico, ya que este se encontraba de espaldas a ella.
— ¿ya está con el futbol? —preguntó Sean detrás suyo— ven, que te lo presento.

26 de julio de 2010



Sería hora de buscar un buen trabajo si quería aparecer con dignidad en casa de su padre para la cena familiar, si no…sería el hazmerreír de su padre. Nada bueno, desde luego.
Pero precisamente en ese momento no le apetecía mucho salir de debajo del edredón, y mucho menos si fuera hacía ese viento que se podía ver a través de la ventana. Pero le había prometido a Sammy que se buscaría uno, y pronto. De todas formas, habían quedado ahora por la mañana para ir a echar curriculums a todas partes. Deseaba tener suerte. Ya no solo para obtener la aprobación de su padre, si no para también poder invitar a Sammy a cenar un día. Últimamente era ella la que pagaba las comidas…
— Buenos días, Gary —se dirigió al perro que se encontraba tumbado en el otro lado de la cama. Este abrió sus grandes ojos azules, y le dirigió una mirada interrogatoria.
Con un gran esfuerzo salió de la cama y se tumbó en el sofá con el mando de la tele en la mano. Puso el canal 6, en ese momento estaban echando las noticias más recientes: unos cuanto atracos a mano armada, violencia callejera, violencia de género…y los deportes.
— Hoy en día ni las noticias son interesantes —lanzó un gran suspiro y cambió de canal.
Por lo menos antes de haberse quedado casi sin blanca, contrató el canal de pago, y ahora podía disfrutar de unos de sus canales preferidos: MTV.
Dejó la música puesta y fue a cambiarse de ropa antes de que Samantha llegará a buscarle.
Acababa de entrar al baño cuando sonó el timbre de la puerta.
— ¡Abres tú, Gary! — el perro le contestó con un par de ladridos, y este asomó la cabeza por la puerta del baño — No tener manos no es excusa, grandullón. Está bien, ya voy yo.
— ¿Todavía no estas vestido? — preguntó Samantha en cuanto este abrió la puerta. — No sabía que te gustasen los ositos.
Él la miró extrañado, hasta que vio que esta estaba mirando sus calzoncillos.
— Ya ves… ¿No llegas un poco pronto?
—Más bien eres tú el que se ha despertado un poco tarde, ¿no crees? Son las 12 de la mañana.
— ¿A qué hora habíamos quedado?
— Hace una hora…
El chico se visitó rápidamente con unos vaqueros y una camiseta, y ambos se dirigieron a la salida.

Dos horas más tarde ya habían metido dentro de una veintena de buzones el curriculum de Tanner, y se encontraban sentados en un parque tomando un helado. Esta vez él se había permitido pagarlos. Hacía un buen día soleado, aunque no muy caluroso debido a la brisa que corría.
—Con mi primer sueldo te invitaré a una cena romántica —dijo el chico rubio con la cuchara del helado en la boca.
— ¿Me estás proponiendo una cita?—preguntó ella.
— Sí
— Me parece bien. Aunque la próxima vez sería más romántico si me lo pidieses sin la cuchara en la boca. Pero está bien.
— Que más da. Sabes…ese día sería especial. Me pondría el traje y me peinaría la ralla a un lado. Incluso puede que me deje crecer el bigote solo para ese día, ¿Qué te pareced?
— ¿En serio?
— La verdad es que no. Aunque si tu quisieses me pondría así para ti todos los días —en su mirada se podía observar un sentimiento de ternura y algo más.
Ella apartó la mirada algo ruborizada y se concentró en el helado. Era la primera vez que un chico le decía algo así.
Estaba deseando que llegase ese día. Aquel chico la había encandilado desde el primer momento cuando la encontró en el parque empapada.
Contemplo sus grandes ojos verdes en silencio, sin darse cuenta de que en su cara se formaba una gran sonrisa, al igual que en la del chico.
— ¿Qué pasa? —preguntó él con interés.
— Nada. Solo pensaba.
— Ojala pudiese leerte la mente y saber que cosas pasan por esa cabecita tuya en cada momento —dijo dándole unos golpecitos ligeros en la frente.
Ella tan solo pudo mirarle y sonreír.

24 de julio de 2010




— ¿Qué haces aquí?— dijo la pelirroja dirigiéndose a donde estaba el rapero.
— Que forma de saludar más rara tienes, ¿no?
—Ya ves. ¿Qué haces aquí?
— Nada…se me rompió el coche aquí en frente, y pasé a ver que había por aquí. ¡Y mira que casualidad, ahí estabas tú tocando el violín! —Dijo con una gran sonrisa — Viste como al final recuperarías todas las horas perdidas conmigo, eh pillina!
— eres insoportable.
En ese momento un chico rubio se puso al lado de la pelirroja, pasando uno de sus brazos por encima del hombro de ella, dirigiéndole una mirada curiosa al chico de ojos azules.
— ¿Quién es este, Sammy? —preguntó Tanner
— Es un…
—… Soy Nate, un amigo. —se adelantó a contestar el chico.
— ¿Amigo? ¡Ja! — Dijo la chica soltando una carcajada sarcástica —más quisieras, machote.
— No, más quisieras tú que fuésemos algo más.
— ¡Arg!
— Haya paz, chicos.
— ¿Y tú quien eres?¿Su novio? —Preguntó con curiosidad el rapero —por que no se como haces para aguantarla.
— No, no soy su novio. Soy un amigo. Y…bueno, la verdad es que no lo sé muy bien, pero ya ves.
Samantha se giró sorprendida por la respuesta del chico, y se le quedó mirando con la boca abierta. Antes de que él pudiese contestar, le dio un puñetazo en el hombre y se marchó.
— Bueno, tío, me voy a disculparme. Nos vemos. — se despidió Tanner.
Nate levantó un poco la mano para despedirse, y se dirigió a una esquina de la sala. Desde allí podía observar todo lo que pasaba a su alrededor.
Una niña pequeña tiró un poco de helado en el vestido de su madre mientras ésta última hablaba con el director de la escuela. Varias chicas entablaban una animada conversación cerca suyo y, de vez en cuando, le echaban alguna que otra mirada traviesa. Él las sonreía un poco haciéndolas sonrojar.
Y un poco más alejados se encontraban Samantha y el chico rubio. Ambos reían. Pudo ver las miradas que se echaban. Seguramente tendrían algo especial, aunque no quisiesen darse cuenta.
Estaba a punto de marcharse cuando vio como el chico se despedía de Samantha y se marchaba. Decidió ir a hablar un rato con ella, se aburría y no tenía nada más interesante que hacer.
— ¡eh! —dijo a sus espaldas.
— ¿Qué quieres? —preguntó ella secamente.
— Nada…me aburro.
— Pues cómprate un mono y déjame…
— ¿Por que estas así de borde? Ayer parecía que te caía bien.
— Ayer iba borracha.
— Va…como quieras. Adiós —dijo  dando media vuelta.
Se subió la cremallera de la sudadera, y se dirigió hacia la salida de la escuela. Antes de salir, pasó por cerca del grupo de las chicas que le habían estado mirando y les guiñó un ojo, dejándolas con un dulce sabor en la boca y con ganas de conocerle.